1 mar 2014

Día 16 — Una canción que te hace llorar (o casi llorar)

Amigo Félix de Enrique y Ana. Esta fue una de las primeras canciones que nos enseñaron en el kínder, y había una razón particular para ello: eran mencionados diversos animales. La maestra solía señalar un pictograma magnético pegado al pizarrón cada vez que uno de ellos era nombrado mientras entonábamos la canción. Era la forma que ella utilizaba para que relacionáramos un sonido con una imagen y una palabra (debajo de cada figura aparecía el nombre del animal en cuestión). Lo tengo demasiado presente porque fue probablemente una de las primeras veces en las que no tuve reparo en corregir a un maestro. Había un pictograma con un oso polar y un osito pequeño, de tal forma que cuando la última parte del estribillo llegaba (“… quiero ir contigo a jugar un ratito con el osito de la Osa Mayor”) la maestra lo señalaba. Le dije a ella que la Osa Mayor no era un animal sino una constelación, un conjunto de estrellas que podíamos ver todas las noches y que, además, no tenía forma de oso. La maestra entonces me habló del sentido figurado y del sentido literal, no con ese lenguaje ni con esas terminaciones, pero más o menos me explicó de forma básica lo que yo necesitaba saber. Mi siguiente pregunta ya no tuvo nada qué ver con las constelaciones ni con animales sino con otra incógnita que mis compañeros y yo teníamos desde hace días y no nos atrevíamos a preguntar porque a esa edad hablar de la muerte es un tabú muy grande: ¿Quién es Félix? Los otros niños apostaban a que Félix, era Felix el gato, ese minino negro con blanco que se remontaba a la época del cine mudo. Yo les decía que no podía ser así porque el hecho de ser un dibujo animado le daba la inmortalidad que otro ser no podía tener. Lo que sí estaba bastante seguro era que Félix debía ser un animal (¿o por qué otro motivo los demás animales dirían que esa mañana estaba más triste el sol?), la maestra sólo nos dijo que Félix era un amigo de los animales que se había ido al cielo, y con eso zanjó un tema que seguiría siendo tabú.

Dos o tres años después de aquellos pictogramas y aquella canción me encontré hojeando por casualidad una vieja edición de Selecciones de Reader's Digest, una década más añeja de lo que yo era. Una revista pequeña carcomida por el polvo y el tiempo, era de los años 80’s. De repente me topé con un artículo donde aparecía aquella imagen de un hombre abrazando a un lobo. Y luego abrazando a un lince. Y luego a un águila. A una nutria. A un halcón. A un búho. A un cuervo. A un delfín. A un osezno. Su nombre era Félix Rodríguez de la Fuente, el amigo de los animales, fallecido en un accidente aéreo en las montañas de Alaska un par de años atrás. Era aniversario de su muerte. No armé el rompecabezas en mi cabeza hasta llegar al final, al último párrafo, donde mencionaban que el dúo español Enrique y Ana le habían dedicado una canción llamada Amigo Félix, que se convirtió en todo un clásico de la música infantil… No lo podía creer: Félix había existido y no era un dibujo animado, ni otro animal cualquiera, era una persona de carne y hueso que había dedicado su vida a decirle a otros qué tan preciada es la existencia de esos seres que nos rodean en la naturaleza. Aun recuerdo haber cerrado la revista, irme a mi habitación, tirarme en la cama boca abajo y llorar. Llorar mucho por una persona a la que jamás conocí. Cuánto habría deseado que la Osa Mayor no fuera una constelación, sino un animal de verdad y que le permitiera a él, a Félix, jugar un ratito con su osito en las noches más estrelladas de mi ciudad. Quizás entonces, al día siguiente, no se sentiría tan triste el sol.  

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