18 feb 2015

¡Buenos días a la vidaaaaa, buenos días al amoooor! Turururú.

Umi Murúa. 
Hablé de un inminente colapso mental en mi publicación pasada. La he leído ayer por primera vez desde que la publiqué y hasta me he dado el permiso de sentir cierta ternura. El colapso mental inevitablemente llegó y vino acompañado del peor ataque de ansiedad que he sufrido alguna vez en la vida.

Ocurrió el viernes pasado y no se detuvo sino hasta el sábado a medio día. No sólo fue horrendo, sino desagradablemente humillante. Para ese entonces ya tenía dos problemas encima: vértigo y dolor en las encías por las muelas del juicio —que a su vez provocaban cierto dolor de cabeza— así que técnicamente yo era una bomba de tiempo a la que sólo le faltaba el ajuste necesario para estallar. Ya me había notado media rarona días antes: mientras veía algún video en el celular sentía un bajón tremendo, como esa especie de vacío que sientes en el estómago cuando vas en autobús y bajas de repente por un desnivel en la autopista, o al sentir cómo el elevador en el que vas se pone en marcha. Pero, a diferencia de estos dos ejemplos, después del bajón llegaba la taquicardia, las piernas flácidas, las manos heladas, la tensión en el cuello y esa sensación inminente de que pronto iba a morir… Así, de repente; de un infarto fulminante, una embolia y yo qué sé.

Ahora que lo pienso suena absurdo pero no mentiré al decir que en ese instante la pasé FATAL.

La crisis fuerte llegó después de estar un rato usando la laptop y de un apagón que hubo en el barrio de no más de dos minutos. El detonante fue probablemente el hecho de saberme sola en casa. No es que me da miedo la oscuridad —hace muchos ayeres dejé de temerle— sino el hecho de sentir el bajón ESTÁNDO sola en casa. Para los que no lo sepan, los ataques de pánico llegan de repente, sin aviso, y sus síntomas son muy parecidos a los de un infarto. Mi ritmo cardíaco cambió y yo sentí el golpe. Fue tremendo. El cuerpo entra en alerta máxima y esa sensación ya no te abandona: te sientes en peligro, pero miras alrededor buscando ese mal y no lo encuentras, entonces piensas que tu cuerpo está en alerta porque algo te va a pasar y lo único que se te viene a la cabeza es un infarto... Lógico ¿no? XD  

No sé si ya lo mencioné anteriormente por aquí pero no tengo miedo a morirme. No creo que vaya a dejar algo en este mundo que valga la pena, no más de lo que hay en este diario, por ejemplo. El miedo está en no saber cómo voy a morir y si va a doler mucho o no (de verdad espero que no). En esta crisis pasada estaba tan jodida, tan mareada, tan asqueada de todo, que me preguntaba muy en mis adentros por qué mi corazón aun seguía latiendo ¿En qué momento se tiene que detener? ¿Cómo será en el instante mismo que deje de latir? ¿Será mientras duermo? ¿Será en el consultorio? ¿Primero me desmayaré y luego moriré? Seguro sería un buen post.

Así que me dieron vacaciones en el trabajo ¡YEY! Pero no era así como me hubiera gustado pasarlas.

La verdad es que estaba llevando una vida muy bestia y sedentaria los últimos meses, que junto con el estrés y las preocupaciones pasaron factura y los resultados de los análisis sanguíneos hablaron: vértigo, triglicéridos elevados y anemia ferropenica. A la cama, dieta, ejercicio diario y vacaciones obligadas. Mis días de descanso me supieron a medicinas caras, consultorios médicos, lentejas, betabel y diarrea (porque para rematar me dio diarrea xD).

Estaba pendiente la operación de Umi. Mi perrita de 12 años cargaba un tumor de cinco centímetros en las ubres y había que operar porque ya estaba empezando a dar problemas dérmicos. El drama no fue que la operaran sino las idas a curar, tomando en cuenta que no tenemos auto y ya no podía caminar. Me las arreglé como pude. Pero un día, mi querido gatito que tanto amo, quiero y aprecio (¡bastardo malagradecido!) decidió que era muy buena idea pelearse con otro gatito del vecindario. El problema no es que se haya peleado, el problema es que el otro gato le clavó la uña en la frente y pues a los dos días tenía un absceso de pus que olía tan mal como se veía. Sí, mi gato se estaba pudriendo. EL.DRAMA. Al final conseguí llevarlo con el veterinario minutos antes de llevar a Umi, para que lo sedaran y pudieran sacarle tanta miseria acumulada.

A Umi tocará llevarla a retirar los puntos quizá este fin de semana y al parecer todo salió bien. ¿Yo me quité todo el estrés o descansé en estas vacaciones? No, ni de chiste. Lo bueno de todo esto es que me dieron un anti-depresivo por dos meses y aquí estoy repartiendo magdalenas y gardenias desde mi habitación hasta el ciberespacio.  Besitos vitaminados. :* 

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